Vaya, otro rescate bancario, esta vez en España. ¿Quién lo habría imaginado?.
La respuesta, por supuesto, es que todo el mundo. De hecho, toda esta historia empieza a parecerse a un manido número de comedia: una vez más la economía se hunde, el paro se dispara, los bancos tienen problemas, los Gobiernos se apresuran a acudir al rescate; pero, por alguna razón, se rescata solo a los bancos, no a los parados.
Para dejar las cosas claras, los bancos españoles sí que necesitaban un rescate. España estaba claramente al borde de un bucle de desgracias; un proceso bien conocido en el que la preocupación por la solvencia de los bancos obliga a los bancos a vender activos, lo cual empuja a la baja el precio de dichos activos, lo cual hace que la gente se preocupe aún más por la solvencia. Los Gobiernos pueden poner fin a esos círculos viciosos con una inyección de capital; en este caso, sin embargo, la propia solvencia del Gobierno de España estaba en duda, de modo que el capital tenía que venir de un fondo europeo más grande.
Así que no hay nada necesariamente malo en este último rescate (aunque muchas cosas dependen de los detalles). Lo que llama la atención, sin embargo, es que al mismo tiempo que los dirigentes europeos acordaban este rescate, estaban enviando señales claras de que no tienen intención de cambiar las políticas que han dejado sin trabajo a casi una cuarta parte de los trabajadores españoles (y a más de la mitad de los jóvenes).
Y lo más curioso: la semana pasada, el Banco Central Europeo se negaba a bajar los tipos de interés. Todo el mundo se esperaba esta decisión, pero eso no debería impedirnos ver el hecho de que es algo tremendamente extraño. El paro se ha disparado en la eurozona y todo indica que el continente se encamina hacia una nueva recesión. Mientras tanto, la inflación se ralentiza y las expectativas del mercado en cuanto a la inflación futura se han hundido. De acuerdo con cualquiera de las normas habituales de la política monetaria, la situación exige una rebaja drástica de los tipos de interés. Pero el banco central se niega.
Y eso ni siquiera tiene en cuenta el riesgo cada vez mayor de un colapso del euro. Durante años, a España y a otros países europeos con problemas se les ha dicho que solo pueden recuperarse mediante una combinación de austeridad fiscal y “devaluación interna”, lo que esencialmente significa rebajar los salarios. Ahora está absolutamente claro que esta estrategia no puede funcionar a menos que haya un crecimiento sólido y, sí, un grado moderado de inflación en el “núcleo” europeo, principalmente en Alemania (lo que da otra razón más para mantener bajos los tipos de interés e imprimir montones de billetes). Pero el banco central se niega.
Mientras tanto, los funcionarios de alto rango afirman que la austeridad y la devaluación interna realmente funcionarían simplemente con que la gente creyese de verdad en su necesidad.
Fíjense, por ejemplo, en lo que Jörg Asmussen, el representante alemán en la junta directiva del Banco Central Europeo, acaba de decir en Letonia, que se ha convertido en el ejemplo perfecto de la austeridad supuestamente exitosa. (Antes lo era Irlanda, pero la economía irlandesa sigue negándose a recuperarse). “La diferencia esencial entre, por ejemplo, Letonia y Grecia”, decía Asmussen, "radica en el grado de apropiación nacional del programa de ajuste, no solo por parte de los responsables políticos, sino también de la propia población”.
Podríamos llamarlo el planteamiento de Darth Vader de la política económica; a todos los efectos, Asmussen está diciéndoles a los griegos: “Vuestra falta de fe me parece preocupante”.
Ah, y ese éxito letón consiste en un año de crecimiento bastante bueno después de un declive económico con categoría de depresión a lo largo de los tres años anteriores. Es verdad que un crecimiento del 5,5% es mucho mejor que nada. Pero merece la pena señalar que la economía de Estados Unidos creció casi el doble (¡el 10,9%!) en 1934, cuando salía de la peor fase de la Gran Depresión. Pero la depresión distaba mucho de haber terminado.
Junten todo esto y tendrán una imagen de una élite política europea siempre dispuesta a entrar en acción para defender a los bancos pero, por lo demás, absolutamente reacia a admitir que sus políticas están fallando a las personas a las que se supone debe servir la economía.
Y nosotros, ¿estamos mucho mejor? La perspectiva a corto plazo de Estados Unidos no es tan sombría como la de Europa, pero los pronósticos de la propia Reserva Federal apuntan a una inflación baja y un paro muy alto en los próximos años (precisamente las circunstancias en las que la Reserva debería estar entrando en acción para estimular la economía). Pero la Reserva Federal se niega.
¿Qué explica esta parálisis transatlántica frente a un continuo desastre humano y económico? Sin duda la política forma parte de la explicación; digan lo que digan, las autoridades de la Reserva Federal se sienten claramente intimidadas por las advertencias de que toda política expansiva será vista como si la Reserva acudiese al rescate del presidente Obama. De modo que también se trata de una mentalidad que ve el sufrimiento económico como una redención, mentalidad que un periodista británico apodó en cierta ocasión “sadomonetarismo”.
Independientemente de cuáles sean las raíces profundas de esta parálisis, está quedando cada vez más claro que hará falta una catástrofe sin paliativos para que haya alguna acción política real que vaya más allá de los rescates bancarios. Pero no desesperen: al paso al que van las cosas, especialmente en Europa, la catástrofe sin paliativos podría estar a la vuelta de la esquina.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y Premio Nobel 2008.
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