A pocas semanas de la anunciada ascensión al poder de la derecha más montaraz y mientras urge formar una alternativa electoral democrática y unitaria, el 15-M sigue debatiendo sobre el número de ángeles que caben en la punta de un alfiler.
Quienes piden el voto en blanco de la indignación popular, ignoran que esta fase ya está superada. La fobia a las instituciones y las fantasías de una "Democracia real ya", libre de políticos y organismos corruptos per se, amenaza a los indignados en caer en las dos viejas enfermedades del activismo pasional: el infantilismo que conduce hacia el círculo vicioso de la acción protesta, y el voluntarismo que niega las leyes sociales y reduce la realidad compleja del mundo interdependiente en el que vivimos al albedrío de unos jefes políticos.
¿Alguien ha pensado que desde las acampadas y las asambleas se puede contener el brutal ataque de la derecha política-económica-religiosa-militar a las conquistas sociales? No habrá cambio posible sin la toma del poder de las instituciones. Pues, un país no es un barrio, ni las protestas y huelgas diarias son sostenibles. La acción política exige métodos creativos y dinámicos, como compatibilizar la presión desde abajo con la gestión desde arriba.
La pobreza ya alcanza al 20 por ciento de la población española mientras la derecha, babeando su inminente asalto al poder, promete más penuria. Urge la construcción de un «frente amplio» de todas las fuerzas progresistas para impedirlo. Quienes desprecian el bagaje de los veteranos, herederos de cientos de años de prisión, exilio y clandestinidad y una durísima lucha por materializar el sueño de un mundo justo, manifiestan una inadmisible prepotencia y un narcisismo propio de los aspirantes a héroes que creen que la idea de abolir el capitalismo nació ayer y en la Puerta del Sol.
El 15-M puede mostrar su madurez ante este desafío. «Democracia real ya» exige una hoja de ruta, con etapas y estrategias elaboradas, que debe empezar por frenar los recortes y recuperar los derechos arrebatados. En las urnas y en otoño es cuando se debe cosechar el fruto sembrado en las plazas en la primavera española.
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